sábado, 24 de septiembre de 2022

No soy vaga, tengo dislexia.

Laura tiene 39 años y es licenciada universitaria. Cuando iba al colegio solía suspender. Sus profesores le decían que era vaga. «Si eres inteligente, te lo tienes que saber, me repetían. Había una profesora que me dijo: con la capacidad que tú tienes, debes sacar más nota. No te esfuerzas y por eso te suspendo».

Laura no es vaga, tiene dislexia, un trastorno que le dificulta la lectura y el cálculo matemático, pero que, según ella misma reivindica, no le impide hacer nada. «La época del colegio se pasa y hay que decirle a la gente con dislexia que puedes ser aquello que quieras», asegura.

Las dificultades en el sistema educativo son uno de los muros que pretender derribar las personas con dislexia. El otro es la incomprensión. La mayoría de la gente no entiende bien el trastorno. Varias personas, por ejemplo, no han querido ser entrevistadas por miedo a perder su trabajo. Laura no quiere revelar su identidad también por miedo a ser discriminada. «En las entrevistas de trabajo en las que he dicho que tengo dislexia, por ser sincera y porque surgió en la conversación, no me han vuelto a llamar. Si lo dices, es más posible que no te cojan», añade.

«Yo les he explicado alguna vez que puedo hacer lo mismo, pero que a veces necesito más tiempo o tengo que repasar las cosas. Una vez me respondieron: te pagamos igual, tienes que hacer el mismo trabajo», recuerda Laura.

Esta extremeña forma parte de la Asociación de Dislexia en Extremadura (Exadis) que el jueves 10 de octubre celebró el Día Mundial de la Dislexia con una jornada centrada en visibilizar este trastorno que, aunque se descubrió hace más de 100 años, sigue siendo poco conocido. Exadis ya ha logrado algunas victorias en la región. Por ejemplo, en mayo la asociación logró que la Consejería de Educación se comprometiese a adaptar las oposiciones para los aspirantes con dislexia.

Su objetivo ahora es reivindicar más medios humanos y materiales en los centros escolares para poder detectar y atender a los alumnos con dislexia. En este sentido, uno de los proyectos que esperan con más ilusión es una guía que está elaborando Educación con varios especialistas para mejorar la formación del profesorado y detectar lo antes posible los casos. Una intervención temprana ayuda mucho a que los afectados reciban apoyo y se evite el fracaso y el abandono escolar.

Esa guía pretende que no vuelva a ocurrir lo que le pasó a Laura. «Aunque ya se sabía que yo tenía dislexia, nadie sabía lo que era. En el colegio le dijeron a mi madre que no fuese al instituto, que me mandase a FP, pero soy cabezona. Me fui al instituto y allí me dijeron que no siguiese estudiando, repetí varias veces, pero me fui a la universidad», dice Laura y se ríe. Tardó 10 años, pero logró licenciarse y destaca que en la Universidad de Extremadura fue la primera vez que le ofrecieron ayuda.

Hoy trabaja de su especialidad y está orgullosa. «Las personas disléxicas son luchadoras, saben resolver problemas porque los han tenido. Hay muchos científicos porque les gusta investigar y también artistas porque quieren expresarse», añade.

Más medios

El hijo de Sara Gamero, por ejemplo, toca el piano y tiene mucha habilidad a sus nueve años. En Infantil sus padres se dieron cuenta que no evolucionaba a la misma velocidad que su hermano mellizo. «Su tutora nos dijo que era falta de madurez y que no todas las personas pueden ir a la universidad».

A pesar del primer golpe, Gamero, ahora vicepresidenta de Exadis, destaca que sí que ha encontrado docentes que se han volcado en ayudar, por ejemplo, con un tipo de letra que facilite leer, parte de los exámenes orales y permitirles un poco más de tiempo. Sin embargo, denuncia que faltan medios. Por ejemplo, su hijo casi está al nivel de los niños de su edad gracias a terapia neuropsicológica y de logopeda, pero la pagan sus padres y es costoso. En el colegio solo pueden ofrecer algunas horas de PT (pedagogía terapéutica) y media hora de logopeda. «En un colegio con 800 alumnos, solo hay dos PT y el orientador viene un día a la semana», añade esta madre.

La guía de lectoescritura que quiere aprobar la Consejería de Educación es uno de los objetivos de Exadis. José Luis Ramos es orientador en el instituto Santa Eulalia de Mérida y participa en el proyecto junto con la Universidad de Extremadura. Cuentan con un equipo de investigación y quieren ayudar a que los docentes conozcan mejor la dislexia y vean las señales de alarma.

«El reto es detectarlo lo antes posible para iniciar el tratamiento», explica Ramos, que dice que se puede evaluar ya en Infantil, antes de la lectoescritura. De hecho este especialista pide a los docentes de Infantil que lo deseen que se unan a un proyecto a nivel regional que desarrolla en el Centro de Profesores de Mérida.

Ramos explica que es duro para las personas con dislexia enfrentarse a un sistema educativo basado en la lectoescritura. «Son niños que no tienen dificultades intelectuales, no tienen problemas visuales, pero no acaban de arrancar, no aprenden», añade. «Para ellos es como si tú eres diestro y te dicen que escribas con la izquierda, rápido y perfecto».



Artículo extraído del periódico HOY 

Natalia Reigadas


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